jueves, 26 de mayo de 2011

OCTAVO ENCUENTRO CON LA PALABRA


8. INSPIRACIÓN

Exploración de saberes previos (evaluación diagnóstica)
1.   ¿Qué entiendes por inspiración?
2.   ¿Cuándo se dice que alguien está inspirado?



Ahora sí, entremos en materia…

INSPIRACIÓN

Hemos dicho: "les ha inspirado"; con esto hemos pronunciado la palabra con la que se suele designar esta autoría o presencia de Dios en los libros sagrados. La palabra la encontramos ya en la misma Escritura: "Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar..." (2 Tm 3, 16).

Equivalentemente se expresa la Segunda carta de Pedro: “Nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo han hablado de parte de Dios” (2 P 1, 21). Nuestra palabra “inspiración” se deriva del latín “inspirare”, que significa “soplar”; y es traducción del término griego empleado por Pablo “theo-pneustos” = “soplado por Dios”. La imagen meteorológica nos sugiere la acción del Espíritu que alienta en la palabra escrita por los hagiógrafos. Con anterioridad, Platón había dedicado uno de sus “Diálogos”, a disertar sobre la inspiración poética, que él concebía precisamente como un “entusiasmo”, es decir, un “endiosamiento”, un estar poseído por el numen divino.
 
¿Qué alcance tiene esta inspiración por parte de Dios? Es algo que nos resulta difícil precisar. Desde luego, tenemos que evitar los extremos: ni se trata de un dictado por parte de Dios, ni tampoco es el simple Visto Bueno que ha dado después la Iglesia a estos libros.

La inspiración está en el origen mismo del lenguaje, es decir, de la actividad del hagiógrafo. La inspiración se encuentra, pues, en el autor humano, y se encuentra también en el escrito, ya que la inspiración de los autores está en función de la obra: esa palabra de Dios “que es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos” (Hb 4, 12). “La moción del Espíritu, debajo de ella la obra de lenguaje del hagiógrafo, ponen en acto la revelación” (Schökel).

Esta obra del hagiógrafo no siempre ha sido meramente individual, sino que muchas veces ha tenido un signo social; de ahí que haya que hablar del carácter “sucesivo y dinámico” de la inspiración, ya que muchos libros se fueron gestando a lo largo de siglos hasta su redacción definitiva; naturalmente, en el entretanto el Espíritu Santo no se estuvo cruzado de brazos: “Los libros bíblicos han crecido orgánicamente con la vida del pueblo, y el Espíritu Santo no ha mirado indiferente este crecimiento, sino que él mismo lo ha movido con su soplo misterioso y eficaz” (Schökel).

Esta relación Dios-hombre en la autoría de la Biblia viene a ser la misma que se da en la Encarnación entre ambas naturalezas: Dios está presente en el hombre; a través de la naturaleza humana de Jesús se manifiesta su naturaleza divina, aunque a veces resulte difícil vislumbrarla.

En la Escritura, la palabra del hombre es el vehículo que nos trasmite la palabra de Dios, y, a veces también, esa palabra del hombre puede resultarnos tan humana que aparezca velado el mensaje de Dios.

¿Qué sentido tiene para el cristiano la inspiración del AT? "Históricamente la expresión “palabra de Dios” comienza a tener el sentido que le damos dentro del cristianismo en el momento en que podemos decir que “Dios nos habló” -en sentido propio- a través de Aquel que es su palabra... Ante esta “locución divina” definitiva todas las anteriores palabras no son más que aproximaciones o balbuceos... Tomando todos los libros del AT en conjunto, la Iglesia prácticamente los escribió de nuevo al incorporarlos a la predicación evangélica. De esta forma les dio una interpretación nueva y casi un sentido tan original que los judíos `hasta el día de hoy, cuando se lee la ley de Moisés, tienen un velo sobre su corazón' (2 Co 3, 15). Los judíos no comprenden la lectura que nosotros hacemos del AT, sencillamente porque nosotros hemos fijado su sentido... Cristo hizo desaparecer el velo (2 Co 3, 14)" (F. Lage).

De acuerdo con esta visión del AT, desde la revelación que se manifiesta en el NT, podemos admitir la interpretación que hace Rahner de la inspiración, aunque en ella no aparezca tan clara la acción del Espíritu sobre el hagiógrafo: Dios quiere a la Iglesia primitiva como fuente y norma de la fe de los tiempos posteriores; esto está exigiendo la fijación por escrito de esa convicción de fe. Estos escritos, por consiguiente, son queridos por Dios de manera absoluta, en cuanto objetivación de la fe apostólica, normativa para todos los tiempos. El hecho de que Dios quiera esos escritos es lo que le constituye en autor real de los mismos.

viernes, 6 de mayo de 2011

SÉPTIMO ENCUENTRO CON LA PALABRA


7. ¿QUIÉN ESCRIBIÓ LA BIBLIA?


Exploración de saberes previos (evaluación diagnóstica)
1.   ¿Quién es el autor o autores de la Biblia?
2.   ¿Qué es inspiración?
3.   ¿Por qué es la Biblia un libro religioso?

Ahora sí, entremos en materia…

1. LA BIBLIA, LIBRO RELIGIOSO
En la lección anterior justificábamos el tener el libro de la Biblia en nuestras manos por ser un libro de gran valor literario y también porque era el libro fundacional o generacional de un pueblo. Realmente ¿continuamos teniéndolo únicamente por esos dos motivos? O ¿existe algún motivo más profundo? Apuntábamos ya, que era también el libro fundacional de una religión: del judaísmo, primero, y del cristianismo, después.
Sin duda que éste es el motivo principal que nos lleva a este encuentro con la Biblia; la Biblia es nuestro libro religioso, el libro del cristiano.
Es un libro religioso porque nos cuenta la religiosidad de un pueblo, las relaciones mantenidas por un pueblo con su Dios a lo largo de muchos siglos. Y es también un libro religioso porque nos descubre igualmente las relaciones de Dios con su pueblo. El Dios de la Biblia no es  un Dios mudo; es un Dios que habla, que se comunica con su pueblo. Es precisamente este segundo aspecto el que nos interesa: la Biblia no sólo nos cuenta la religiosidad de un pueblo, cosa que podríamos encontrar en otros libros; sobre todo es un libro en el que descubrimos la presencia de Dios que se comunica con su pueblo.

2. AUTORES DE LA BIBLIA
En la Constitución "Dei Verbum" del Vaticano II se afirma la doble paternidad de los libros sagrados: "En la redacción de los libros sagrados Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que, obrando él en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que él quería" (DV 11).
Se trata, pues, de libros con una doble paternidad. Son libros escritos por hombres, sobre los que el Espíritu de Dios estuvo ejerciendo una acción especial, de tal forma que también a él debemos atribuirle estos libros. El hombre tampoco será un simple instrumento en las manos de Dios. Dios como que toma al hombre a su servicio, pero dejándole ser él mismo. Naturalmente, no es necesario que el hombre se dé cuenta de esta presencia y actuación de Dios, lo mismo que el Espíritu actúa constantemente en nosotros de tantas formas silenciosas e inefables.

a.   El hombre, autor de la Biblia
Hemos dicho ya que los libros de la Biblia son muchos y que fueron escritos en épocas muy distintas; si leemos pasajes de libros diversos, enseguida caemos en la cuenta de que el estilo en que están escritos y la mentalidad que reflejan difieren entre sí notablemente. Esto nos lleva a la conclusión de que los hagiógrafos, es decir, los autores de estos libros sagrados, son ellos auténticos responsables de lo que escribieron. Lo hicieron de acuerdo con su ambiente, con su mentalidad, con su ingenio, con su capacidad. En cada uno de esos libros tenemos la impronta del autor o autores que intervinieron en su composición. La introducción de Lucas a su evangelio es un claro indicio de la tarea y responsabilidad de auténtico autor, que indaga, se informa y busca el dato exacto.
Algunos libros se atribuyen a personas concretas, aunque en cada caso habrá que estudiar su paternidad. En otros casos habrá que contar más con el carácter social que personal de esa autoría: son producto de tradiciones que el pueblo judío o la comunidad cristiana han ido transmitiendo hasta encontrar la pluma del redactor definitivo que nos ha ofrecido el libro tal como ahora lo tenemos.

b.  Dios, autor de la Biblia
Esta atribución la encontramos consignada en los mismos libros sagrados, ya en el AT; esto es particularmente manifiesto en los libros de los profetas, en los que continuamente se nos está proclamando: “Oráculo del Señor”; ello expresa la conciencia de que el mensaje transmitido no era de elaboración personal, sino de origen divino.
En el NT repetidamente nos encontramos en los evangelios con el estribillo: "para que se cumpliera la Escritura"; lo que hace suponer que si esa Escritura se tenía que cumplir, lo sería no por ser simple palabra humana, sino por ser palabra de Dios. En los discursos de los Hechos los apóstoles acuden a la Escritura para confirmar su predicación; sabían que el auditorio que les escuchaba creía que en esa Escritura estaba la voz de Dios. Una voz de Dios que se haría definitiva en el Hijo: "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Hb 1, 1-2).
Pero si Dios es el autor de la Biblia no lo será en la misma forma en que lo es el autor humano; por eso, el término “autor”, referido a Dios, hay que tomarlo en un sentido analógico.
Según nuestros diccionarios, “autor” es igual a “causa de alguna cosa”. Dios es causa de los libros sagrados, no porque Él los haya escrito, sino porque Él ha sido causa de que el hagiógrafo los escribiese; y, mediante ellos, es causa del plan de salvación contenido en la Escritura. El les ha promovido, les ha asistido, les ha inspirado.