8. INSPIRACIÓN
Exploración de saberes previos (evaluación diagnóstica)
1. ¿Qué entiendes por inspiración?
2. ¿Cuándo se dice que alguien está inspirado?
Ahora sí, entremos en materia…
INSPIRACIÓN
Hemos dicho: "les ha inspirado"; con esto hemos pronunciado la palabra con la que se suele designar esta autoría o presencia de Dios en los libros sagrados. La palabra la encontramos ya en la misma Escritura: "Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar..." (2 Tm 3, 16).
Equivalentemente se expresa la Segunda carta de Pedro: “Nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo han hablado de parte de Dios” (2 P 1, 21). Nuestra palabra “inspiración” se deriva del latín “inspirare”, que significa “soplar”; y es traducción del término griego empleado por Pablo “theo-pneustos” = “soplado por Dios”. La imagen meteorológica nos sugiere la acción del Espíritu que alienta en la palabra escrita por los hagiógrafos. Con anterioridad, Platón había dedicado uno de sus “Diálogos”, a disertar sobre la inspiración poética, que él concebía precisamente como un “entusiasmo”, es decir, un “endiosamiento”, un estar poseído por el numen divino.
¿Qué alcance tiene esta inspiración por parte de Dios? Es algo que nos resulta difícil precisar. Desde luego, tenemos que evitar los extremos: ni se trata de un dictado por parte de Dios, ni tampoco es el simple Visto Bueno que ha dado después la Iglesia a estos libros.
La inspiración está en el origen mismo del lenguaje, es decir, de la actividad del hagiógrafo. La inspiración se encuentra, pues, en el autor humano, y se encuentra también en el escrito, ya que la inspiración de los autores está en función de la obra: esa palabra de Dios “que es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos” (Hb 4, 12). “La moción del Espíritu, debajo de ella la obra de lenguaje del hagiógrafo, ponen en acto la revelación” (Schökel).
Esta obra del hagiógrafo no siempre ha sido meramente individual, sino que muchas veces ha tenido un signo social; de ahí que haya que hablar del carácter “sucesivo y dinámico” de la inspiración, ya que muchos libros se fueron gestando a lo largo de siglos hasta su redacción definitiva; naturalmente, en el entretanto el Espíritu Santo no se estuvo cruzado de brazos: “Los libros bíblicos han crecido orgánicamente con la vida del pueblo, y el Espíritu Santo no ha mirado indiferente este crecimiento, sino que él mismo lo ha movido con su soplo misterioso y eficaz” (Schökel).
Esta relación Dios-hombre en la autoría de la Biblia viene a ser la misma que se da en la Encarnación entre ambas naturalezas: Dios está presente en el hombre; a través de la naturaleza humana de Jesús se manifiesta su naturaleza divina, aunque a veces resulte difícil vislumbrarla.
En la Escritura, la palabra del hombre es el vehículo que nos trasmite la palabra de Dios, y, a veces también, esa palabra del hombre puede resultarnos tan humana que aparezca velado el mensaje de Dios.
¿Qué sentido tiene para el cristiano la inspiración del AT? "Históricamente la expresión “palabra de Dios” comienza a tener el sentido que le damos dentro del cristianismo en el momento en que podemos decir que “Dios nos habló” -en sentido propio- a través de Aquel que es su palabra... Ante esta “locución divina” definitiva todas las anteriores palabras no son más que aproximaciones o balbuceos... Tomando todos los libros del AT en conjunto, la Iglesia prácticamente los escribió de nuevo al incorporarlos a la predicación evangélica. De esta forma les dio una interpretación nueva y casi un sentido tan original que los judíos `hasta el día de hoy, cuando se lee la ley de Moisés, tienen un velo sobre su corazón' (2 Co 3, 15). Los judíos no comprenden la lectura que nosotros hacemos del AT, sencillamente porque nosotros hemos fijado su sentido... Cristo hizo desaparecer el velo (2 Co 3, 14)" (F. Lage).
De acuerdo con esta visión del AT, desde la revelación que se manifiesta en el NT, podemos admitir la interpretación que hace Rahner de la inspiración, aunque en ella no aparezca tan clara la acción del Espíritu sobre el hagiógrafo: Dios quiere a la Iglesia primitiva como fuente y norma de la fe de los tiempos posteriores; esto está exigiendo la fijación por escrito de esa convicción de fe. Estos escritos, por consiguiente, son queridos por Dios de manera absoluta, en cuanto objetivación de la fe apostólica, normativa para todos los tiempos. El hecho de que Dios quiera esos escritos es lo que le constituye en autor real de los mismos.
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